POR: Verónica Lachira Porras
Era una tarde templada, cuando
estábamos ya listos para seguir con nuestra labor universitaria. En unión con
mis compañeros, queríamos seguir conociendo de cerca a los hombres de rojo. Sí,
efectivamente, se trata de los hombres que día a día se juegan la vida, para
salvarnos de los inesperados desastres que nos invaden: LOS BOMBEROS.
De pronto, se escuchó el
teléfono. Era aquel sonido que usualmente minuto a minuto se escucha en la compañía;
de personas que desesperadas, comúnmente llaman para que los auxilien. Y en ese momento, de esa llamada salía la voz
de una persona alarmada por un incendio forestal, que al parecer se estaba
desencadenando a la altura de la carrera Chiclayo - Ferreñafe. Y fue en ese
entonces que por primera vez, particularmente, pude ver y sentir esa adrenalina
al ver a todos en movimiento, y de tan solo pensar, qué es lo que estaba
pasando exactamente en aquel lugar mencionado. La angustia sentía que iba
invadiendo más y más mis pensamientos. Surgieron muchas interrogantes en mi
cabeza, pensaba qué más aún sucedería, si estos hombres no existieran. Ellos al
instante entraron en acción, y al mando del capitán, se cambiaron precipitadamente,
con la clara idea, que se dirigirían hacia un nuevo reto por enfrentar. De
seguro corrían peligro muchas vidas, al igual que la vida de ellos mismo, y
pude recordar; que ellos al momento de estar en este trance, nos contaron que el
corazón les empieza a latir a mil por hora, porque saben que ayudarán a su
prójimo; principal requisito para ser uno más de ellos, pero también tienen
presente, que nunca se sabe lo que puede pasar. Sienten la misma angustia, con
la que se quedan sus familiares, al momento que ellos se despiden y salen de su
casa, para dirigirse a lo que ellos llaman; su segundo hogar.
En ese momento, mi compañera y
yo, subimos a la unidad de bomberos, claro, con la sirena a todo volumen. Como
nos comentó uno de los hombres de rojo, “Muchas veces los demás vehículos sí son
conscientes de nuestra verdadera labor, y podemos trasladarse sin problema,
pero también ha sucedido que en lugar de aportar, se han molestado y no les ha
importado seguir conduciendo. Porque no piensan que por un minuto que ellos
estén estacionados, están también colaborando para salvar otras vidas, que si
bien pueden ser, hasta sus familias mismas”. Aún no se sabía lo que
encontraríamos exactamente. Y aunque este trabajo ellos lo realizan
diariamente; sin importar feriados en el calendario; veía, como reflejaba en
sus rostros notoria preocupación. Tal vez no pueda describir qué podrían estar
pensando ellos en el transcurso del camino, pero puedo decir, que aquel momento
me sentí parte de ellos. Y sé que, para este aguerrido trabajo, son padres,
hijos, abuelos, nietos, los que dedican su vida misma, con el único objetivo de
mantener salva a la población.
Al llegar al lugar, bajamos
todos, pero ya nos habíamos percatado de lo que estaba sucediendo. Se dedujo
que por descuido quizá de los mismos aledaños del lugar, las plantas se habían
prendido. Ellos empezaron a combatir a su peor enemigo; el fuego. Desde un
extremo a otro. Fuimos registrando cada paso que daban. Al finalizar. Se les
vio satisfechos por lo que había logrado. “De otro modo, el fuego se habría
propagado, y habría abarcado gran magnitud de la zona. Y Sabe Dios lo que
habría pasado” Nos comentó una de ellos. Partimos del lugar, para reunirnos con
nuestros compañeros, sin darnos cuenta, la noche ya nos había alcanzado. Algo más me llamó la atención, al subir, la
persona que iba conduciendo, nos avisó que nuestros cinturones no estaban bien
puestos, o no nos lo habíamos puesto, interesante y gracioso a la vez. Mientras
buscaba el error de los cinturones, me preguntaba cómo pudo darse cuenta. Y
entre risas, descubrí que mi compañera y yo, habíamos intercambiado el cinturón
al momento de insertarlo. Y al ya estar todo en su lugar, un leve sonido que se
escuchaba antes, dejó de sonar; era la alarma de los cinturones mal
colocados. Mientras retornábamos a la
compañía, nos pudieron contar algo de sus vidas, y lo que significaba para
ellos realizar esta labor. Y llegó el momento de bajar. Bajé de la unidad, con
otra perspectiva, sentí que en un par de horas, había logrado entender; lo que
en años no había podido sentir, ni saber.
Sé que muchos de nosotros,
pasamos desapercibidos la existencia y labor, de nuestros hombres de rojo. Y no
pensamos que son ellos los que sacrifican parte de su tiempo compartido con su familia,
sacrifican su propia vida, y de la mano con la disciplina, son los que
mantienen el equilibrio en las dificultades que se nos presentan.
Lastimosamente, aún no entendemos el respeto que se merecen, y el apoyo que
necesitan. Así mismo, son las autoridades, que también los tienen olvidados. Ellos,
quienes son los que necesitan de un equipamiento, no para beneficio propio,
sino para nosotros mismos. Sin embargo; autoridades hacen caso omiso a esta
problemática que atañe, a nuestros hombres rojos, nuestros HÉROES
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